jueves, 26 de abril de 2007

Mejor no saberlo

Imagino que no seré el único al que le ha pasado alguna vez: hay cosas que, a pesar de que en un principio desearíamos saber, cuando por fin las conocemos hubieramos preferido no saberlas.

Nooo, no me pasa nada (o al menos nada que venga a cuento escribir en un blog). Tan solo es una especie de observación. El otro día estaba pensando, y me dio por acordarme de una cosa que me pasó cuando un servidor disfrutaba de su cada vez menos inocente pubertad. Es una solemne tontería, pero en mi más que conocida costumbre de darle ocho millones de vueltas a las cosas, me sirvió como ejemplo acerca de lo que digo en el primer párrafo.

Estaba yo disfrutando de las merecidas vacaciones de navidad, y aún celebrando la llegada de un nuevo año, cuando, como todo niño en la tierna edad de los 12 años (joder, que lejos queda), tenía una sonrisa inversamente proporcional a los días que faltaban para los reyes. Ya le había echado yo el ojo a un posible regalo: una especie de juego didáctico que se llamaba Taller de Inventos.

¡Sí! Llevaba un mes y pico deseando tener el jueguecillo en mis manos y la fecha se acercaba. Y entonces, un 4 de enero, sucumbí ante oscuros pensamientos: ¡tenía que encontrar el regalo en mi casa! ¡tenía que asegurarme de que me lo habían comprado!

Total, que, aprovechando que mis padres habían salido de casa, me puse manos a la obra. Con sumo cuidado (todo el cuidado que se puede tener a los 12 años), me puse a rebuscar por el cuarto de mis padres, hasta que al final encontré mi regalo.

Mi regalo... al que solamente le eché una mirada para no delatar mi crímen. Mi regalo... que no era Taller de Inventos. Según lo que ví en el lateral de la caja, era una especie de CD interactivo sobre los dinosaurios. Aún recuerdo que, en ese preciso instante, me entró una desilusión tremenda.

Pero al cabo de un rato, pase al segundo estado: comprensión-aceptación. Cuando llegaron mis padres, y en un intento de arreglar algo (tal vez mi propia conciencia, quién sabe), le dije a mi padre algo así como que ya no quería con tanta desesperacion el Taller de Inventos.

Debí haber notado que eso le sentó a mi padre como una patada en el hígado. Llegó el día de reyes, y me levanté temprano (temprano de 12 años) a abrir mis regalos con una mezcla de emoción residual y resignación. ¡Cuál no sería mi sorpresa cuando descubro que allí estaba, al lado del CD de los dinosaurios, el Taller de Inventos! Instantáneamente me sentí el niño más gilipollas del mundo. Resulta que el Taller de Inventos venía en un pack que, como extra, traía el CD de los dinosaurios.

Un gilipollas. Un tremendo gilipollas. Pero un gilipollas feliz.

Yo creo que a mi padre, tras verme ilusionado con el Taller de Inventos, se le pasó la preocupación. Al menos así lo espero.

Con esto cierro la historia de uno de los capítulos más gilipollas de mí vida. Enterrad esta historia bajo turba y sepultadla con toneladas de granito y hormigón, y que no vuelva a salir a la luz.

miércoles, 18 de abril de 2007

Libera tus sueños

Con respecto a este tema tengo una lucha interior constante. Por una parte la frase "El día que recibamos el castigo a nuestro comportamiento, moriré con una sonrisa en la cara" me parece cada vez más coherente. Y por otra, cuando miro y veo la forma de pensar de determinada gente, me da por creer que todavía existe alguna solución viable.

Pero... joder... que utópico resulta todo.

Os dejo este video... vale... lo he visto en el blog de El Hada Gris, pero he sentido la necesidad de promoverlo yo también, así que al menos debería decir "¡Gracias, Hada!".

Un saludo.